Ella me enseñó cosas que pocos saben, cosas esenciales de las que la gente prescinde. Me enseñó a olvidarme del tiempo y de las explicaciones, me enseñó a dejar eso para después y a centrarme en el presente. Me enseñó a sonreír sin motivo, porque no se necesitan mil motivos para hacerlo, con saber que al día siguiente me iba a levantar al lado de esos ojos verdes me bastaba. Y cuántas cosas le debo que nunca voy a poder darle. Con ella aprendí la fugacidad de lo que tenemos, lo mucho que puede cambiar todo de un día para otro, cómo todo lo que damos por seguro puede desaparecer dejando cenizas y mucha incertidumbre.
Y es que ella era así, inesperable. Era explosiva. No paraba de sorprenderte, con cualquier locura. Era como un grito en el vacío, como una noche en vela. Era la razón de mi insomnio y la me hacía soñar. Lo era todo, y no ese todo de los de ahora. Era un todo que al irse dejaba una nada tan grande que te sentías perdido. Que te sentías vacío y te preguntabas si todo había valido la pena; pero claro que la había valido, ella hacía que nada fuera en vano. Hacía que su marcha fuera tan dolorosa como valiosa, porque sí, era valiosa y me demostró que todo había sido real, que había luchado por algo.
2 comentarios:
No sabes lo bonito que es leer esta entrada con Magia y Efectos Especiales de Izal de fondo, jo.
Me ha encantado la entrada porque llega a lo más hondo de la patatilla. (Y la foto es chachi-chachi.)
Estaba pensando en hacer una parte de mi blog, para poner cosas bonitas, o directamente la dirección de blogs guays, para que la gente los lea. (Y verdaderamente, vas a ser de las primeras en esa lista.)
Cambias más de nombre, que yo de diseño en el blog, y ya es decir.
Nos leemos, Van der Woodsen.
Abrazos con mil olores,
Moon.
Una pasa, me ha llegado mucho, sigue escribiendo.
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